Para consolidar y perpetuar
el futuro inicial de los indios y hacer arraigar el cristianismo en el país lo
imprescindible era cristianizar la familia, en los primeros años de la evangelización
fue la enseñanza de la doctrina en el patio de la iglesia.
Las niñas tenían por maestras ayudantes a unas viejas que sabían “oraciones de coro y maneras de rezar en sus cuentas” También la muchachas mayores se hacían cargo de enseñar a sus compañeras menores. Las educandas seguían esta instrucción de la doctrina en los patios hasta que se casaban.
Los religiosos tuvieron que conformarse con este tipo de educación femenina.
Llegadas a la Nueva España a principios de 1531, ya para 1534 habían desarrollado sus actividades fundando colegios o casas de doctrina para niñas en México, Teztcoco, Otumba, Tepepulco, Huexotzinco, Tlaxcala, Cholula y Coyoacán
La educación femenina perseguía dos finalidades:
Una era de formar buenas cristianas que, después de casadas, enseñasen a sus maridos las cosas de nuestra fe y alguna policía honesta y buen modo de vivir” o también prepara consortes (cónyuge) digna para los muchachos que se crían en los monasterios, la otra, el poner a salvo la honra de niñas, instruirlas en la fe cristiana, educarlas en la forma de vida familiar europea y casarlas, “con bendiciones de la iglesia”, con los muchachos educados por los religiosos.
La educación de la niñas indias se limitaba prácticamente a la instrucción religiosa y enseñar a guardar la honestidad y algunos trabajos manuales propios de la mujer, se les enseñaba “con la doctrina cristiana, los oficios mujeriles de las españolas y manera de vivir honesta y virtuosamente. Estas niñas se les enseñaba mas de para ser casadas y supieran coser y labrar.
Cabe señalar varias causas por las que la educación femenina se vino abajo al cabo de unos diez años de vigencia. Entre las más graves figura, por supuesto, la mencionada decisión negativa que la Corona tomó en cuanto al envío de monjas profesas como maestras, alentado al ánimo de su protector principal Zumárraga, a esforzarse por proseguir, desafiando a otros estorbos, la obra, que ya hasta entonces se había mantenido a duras penas gracias a su diligencia.
También la epidemia de 1545 se sumó para arruinarla con sus estragos. Zumárraga escribió al príncipe don Felipe el 4 de diciembre de 1547, informándole de que “la casa en que se solían doctrinar las niñas hijas de caciques y principales totalmente quedó yerma”
Las niñas tenían por maestras ayudantes a unas viejas que sabían “oraciones de coro y maneras de rezar en sus cuentas” También la muchachas mayores se hacían cargo de enseñar a sus compañeras menores. Las educandas seguían esta instrucción de la doctrina en los patios hasta que se casaban.
Los religiosos tuvieron que conformarse con este tipo de educación femenina.
Llegadas a la Nueva España a principios de 1531, ya para 1534 habían desarrollado sus actividades fundando colegios o casas de doctrina para niñas en México, Teztcoco, Otumba, Tepepulco, Huexotzinco, Tlaxcala, Cholula y Coyoacán
La educación femenina perseguía dos finalidades:
Una era de formar buenas cristianas que, después de casadas, enseñasen a sus maridos las cosas de nuestra fe y alguna policía honesta y buen modo de vivir” o también prepara consortes (cónyuge) digna para los muchachos que se crían en los monasterios, la otra, el poner a salvo la honra de niñas, instruirlas en la fe cristiana, educarlas en la forma de vida familiar europea y casarlas, “con bendiciones de la iglesia”, con los muchachos educados por los religiosos.
La educación de la niñas indias se limitaba prácticamente a la instrucción religiosa y enseñar a guardar la honestidad y algunos trabajos manuales propios de la mujer, se les enseñaba “con la doctrina cristiana, los oficios mujeriles de las españolas y manera de vivir honesta y virtuosamente. Estas niñas se les enseñaba mas de para ser casadas y supieran coser y labrar.
Cabe señalar varias causas por las que la educación femenina se vino abajo al cabo de unos diez años de vigencia. Entre las más graves figura, por supuesto, la mencionada decisión negativa que la Corona tomó en cuanto al envío de monjas profesas como maestras, alentado al ánimo de su protector principal Zumárraga, a esforzarse por proseguir, desafiando a otros estorbos, la obra, que ya hasta entonces se había mantenido a duras penas gracias a su diligencia.
También la epidemia de 1545 se sumó para arruinarla con sus estragos. Zumárraga escribió al príncipe don Felipe el 4 de diciembre de 1547, informándole de que “la casa en que se solían doctrinar las niñas hijas de caciques y principales totalmente quedó yerma”
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